La Odette de hoy nace mirando hacia atrás, como quien abre un viejo recetario y encuentra en las páginas manchadas de harina el verdadero punto de partida. Después de años al frente de su panadería, envuelta en el ritmo de hornos encendidos, fermentaciones calculadas y el pulso incesante de la operación diaria, sintió que algo faltaba. “Después de algunos años dedicándome a las panaderías, crecer y envuelta en la operación del día día, me di cuenta de que extrañaba cocinar”, recuerda. Era el deseo de volver a ese momento en que la cocina no era solo trabajo, sino también juego, prueba, error y descubrimiento. Así nació la idea de un espacio que fuera más que una cocina: un lugar donde la técnica se combina con la intuición, donde la mesa es tan importante como la receta y donde cada encuentro se convierte en una oportunidad para crear.
Ubicado en la Ciudad de México, este proyecto fue concebido desde el principio como un laboratorio vivo, un punto de reunión y una plataforma para compartir conocimientos. “Quiero que este laboratorio se sienta así: como volver a empezar, pero con todo lo que he aprendido en el camino”, afirma. Aquí, la arquitectura no es un telón de fondo; es parte del guion. Las decisiones de diseño evocan los días en que todo salía de la cocina de sus padres, pero ahora con herramientas, materiales y distribución pensados para un oficio que ha evolucionado. Cada detalle responde a una intención clara: permitir que la cocina sea escenario, aula y refugio al mismo tiempo, en medio de una ciudad que rara vez deja espacio para detenerse.